Por Ricardo Aragón Pérez

Profesor e Historiador Sonorense.

La noche de Iguala, de aquel fatídico 26 de septiembre de 2014, probablemente sea la más triste de todas las noches previas, más incluso que la otrora “Noche Triste” de junio 30 de 1520, cuando los conquistadores amanecieron de luto y lloraban a más de 600 de los suyos, tras los hechos de sangre en que los antiguos mexicas salieron victoriosos, en una de las batallas que marcó un hito en la defensa del territorio, en contra del abuso y la barbarie colonialista.

Más allá de comparaciones anacrónicas, lo cierto es que hoy se cumplen diez años de que las vidas de 43 normalistas fueron arrebatadas violentamente, desaparecidas por la fuerza, sin saber hasta ahora nada de sus paraderos.

Se trata de jóvenes pobres, que habían dejado familias, hogares y comunidades para ir a Ayotzinapa, estudiar para maestro y alcanzar el noble sueño enseñar en sus pueblos nativos, pero lejos de ver cristalizados sus anhelos, hoy por hoy, nos seguimos preguntando por ellos, demandamos saber de su paradero, clamamos justicias para las víctimas y castigo ejemplar los victimarios.

Son también 43 familias, en las que la aflicción y el desconsuelo se apoderaron de sus almas y hogares; “la tristeza se ha tatuado en sus rostros”, debido a la desaparición forzada de sus vástagos, a quienes apoyaron en sus estudios con la ilusión de que fueran maestros de primaria y mejoraran condiciones de vida, pero en lugar de eso, desde entonces viven sumidas en una pesadilla que parece no tener fin. Mientras tanto, siguen firmes en su justísima lucha coreando la consigna emblema: ¡Vivos se los llevaron, Vivos los queremos!

Lamentablemente ya van dos presidentes (Peña Nieto y López Obrador) y la justicia sigue ausente; la pregunta ¿dónde están los 43 que faltan? aún no tiene respuesta convincente, muchos menos la desaseada verdad histórica del extinto Murillo Karam.

Cierto que el presidente Andrés Manuel López Obrador asumió el compromiso de esclarecer el llamado caso “noche de Iguala”, por lo que su gobierno dio pasos positivos y reveladores a ese respecto, pero con resultados poco satisfactorios, pese a la buena voluntad y disposición oficial.

Por fortuna, existe la esperanza de que la presidenta electa Claudia Sheinbaum tome en sus manos el caso Ayotzinapa, renueve el diálogo con las familias, mejore la confianza y comprometan ambas partes la voluntad de trabajar juntos y no parar hasta dar con el paradero de los 43 maestros en formación, castigar a los culpables y velar por la no repetición.

¡AYOTZINAPA, 10 AÑOS!

¡NI PERDÓN NI OLVIDO

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