La Constitución de 1824 nos obliga a recordarla en tiempos turbulentos.

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200 AÑOS DE LA CONSTITUCIÓN DE 1824: ¿A QUIÉN IMPORTA CONMEMORARLA?

Por Dr. Ricardo Aragón Pérez
Profesor e Historiador Sonorense.

El viernes pasado fue aniversario de la Constitución de 1824, la primera de su género en el México independiente. Fue promulgada en octubre 4 del referido año, cuando el país apenas tenía tres años de haber conseguido su emancipación. Entonces era imperativo reafirmar su independencia, celar particularmente el credo católico, establecer un gobierno republicano, con la división de los poderes asociados, cuyos titulares, antes de tomar el cargo, debían jurar ante Dios Todopoderoso velar por las leyes supremas de la Federación; o sea, por la independencia, libertad y soberanía republicana, además de la prosperidad y “gloria” de la nación mexicana, todo lo cual estipulaba la Carta Magna de referencia.

Se trata, en resumidas cuentas, de una Constitución pionera y de avanzada, que no sólo estableció un sistema de gobierno representativo y electo por voto comicial, sino también reconoció importantes derechos civiles, como el de libertad de pensar, escribir y publicar ideas políticas, “sin necesidad de licencia, revisión o aprobación anterior a la publicación”, aunque en materia religiosa persistía una intolerancia extrema; la libertad de credo era una limitante obligada, cuya vigencia duró poco más de 30 años, hasta que fue derogada por la Constitución liberal de 1857, en la que se abolió la intolerancia religiosa y prevalecieron incólumes los preceptos republicano, federalista, popular y soberano, que hasta la fecha persisten en la centenaria Constitución Mexicana.

Recordar la Constitución de 1824, obliga traer a la memoria tiempos turbulentos de su época, en que los hechos de armas, la polarización social y la rispidez de la clase política, eran el pan de cada día. A meses de conseguir la independencia, un bando castrense, con tufo monárquico, se hizo del poder a la mala y, con el consentimiento de algunos civiles iturbidistas, proclamaron emperador a su jefe Agustín de Iturbide, pero fue más lo que duró su ostentosa ceremonia de coronación, que lo que mantuvo el trono en sus manos; los opositores, entre ellos Santa Anna y su tropa, con armas en manos lo obligaron a dimitir y restablecer las funciones del Congreso, el cual había disuelto meses atrás.

El 7 de noviembre de 1823, el Congreso reanudó las tareas legislativas, con una camada dominante de diputados de ideas republicanas, entre ellos Miguel Ramos Arizpe, un político de carrera consolidada y alto perfil parlamentario, quien presentó a sus homólogos, en calidad de presidente de la Comisión de Constitución, el Acta Constitutiva de la Federación, para su análisis, discusión y, en su caso, aprobación.

Entonces los debates duraron como medio año, hasta que fue votada y aprobada por 114 diputados, quienes acordaron su promulgación, con fecha 4 de octubre de 1824. Veintiún días después, apareció publicada bajo el título de Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.

En su primer artículo, estipuló: “La Nación Mexicana es para siempre libre e independiente del gobierno español y de cualquier otra potencia”. En su artículo tercero, asumió que la religión del país “es y será perpetuamente la católica”; por consiguiente, se prohibía el ejercicio de cualquier otro credo.

Tanto peso tenía la religión entonces, que los altos funcionarios de Estado debían jurar “por Dios y los Santos Evangelios” ejercer fielmente los puestos respectivos, así como guardar y hacer guardar leyes generales de la Federación.

En cuanto a educación, el artículo 50 hizo referencia a la educación pública, que entonces era prácticamente una ficción, y responsabilizó al Congreso de la Unión de su propagación, mediante el establecimiento de colegios militares y de ingenieros, con programas para la enseñanza de ciencias naturales y exactas, así como de humanidades, artes y lenguas.

El mismo artículo, reconoció el derecho exclusivo de autores “por sus respectivas obras” escolares o de consulta, esto es: el gobierno no podía imprimirlas ni distribuirlas por cuenta propia de los libros hasta el vencimiento de la patente de autor.

En sintonía con el federalismo en boga, que reconocía a los estados como entudades soberanas, dejó en sus manos de sus gobernantes la política educativa y organización de las escuelas públicas, como se lee en el mismo artículo 50, cuyo contenido era de observancia obligada, pero “sin perjudicar la libertad que tienen las legislaturas para el arreglo de la educación pública en sus respectivos estados”.

Finalmente, por lo visto hasta aquí, cabe decir que la Constitución de 1824, marca el inicio de la historia de las constituciones mexicanas, en la se encuentra el origen de rasgos políticos y jurídicos esenciales que, hoy por hoy, hacen de nuestra patria un nación ejemplar, tal y como la anhelaron miles de mujeres y hombres que dieron hasta la vida, por su independencia, libertad, soberanía y gloria.

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